Un paso más allá del entrenamiento atencional podemos situar las técnicas contenidas en las antiquísimas propuestas del cultivo de las emociones. Estas propuestas se asientan en el hecho de que las emociones, los pensamientos y sensaciones son productos del instrumento que nos permite ver y entender el mundo, no son el mundo mismo. Y en el supuesto de que las emociones no son sólo sucesos que emergen en nuestra vida de manera inesperada y caótica, además se pueden cultivar.
Cada vez que introducimos una nueva técnica debemos recorrer mil veces el camino entre la teoría y la práctica, tanto más cuanto más diverso sea el grupo al que se pretenda facilitar esta experiencia. La puesta en marcha de las sesiones destinadas al cultivo de las emociones precisa del conocimiento de las limitaciones y posibilidades que tienen las personas a las que van dirigidas máxime cuando los grupos son heterogéneos. En personas que no poseen los requisitos del aprendizaje, en aquellos trastornos que hacen que las personas miren hacia si de manera exagerada, o en aquellos casos que la patología psíquica y los efectos de la medicación dificulta, cuando no impide, llevar a cabo los ejercicios prácticos y el consiguiente aprendizaje.
¿Cómo construir un imaginario con emociones cercanas al amor y la serenidad si fuimos abandonados o nos criamos en una familia disfuncional? ¿Cómo mantener la atención durante 15 minutos en un objeto entre la maraña caótica de imágenes y diálogos recurrentes que entretejen la niebla psicótica?
¿Cómo mantenerte despierto y mantener la postura desde el sueño narcótico de la medicación y su consiguiente atonía? ¿Cómo encontrar el lenguaje que facilite la experiencia de atención plena cuando faltan los prerrequisitos del aprendizaje? Cómo responder a estas preguntas si no es entendiendo que necesitamos combinar estas técnicas con otras terapias metodológicamente coherentes y finalmente, programar y desarrollar las sesiones de Atención Plena con paciencia y compasión.