La constancia de los cambios.
Mucho cambió nuestra sociedad desde aquellas comunidades en las que se conocían los vecinos y sus relaciones estaban llenas de transacciones que respondían a necesidades muy variadas. Mucho cambió la familia que pasó de ser extensa a estar dispersa. Las diferencias entre las generaciones aun añaden más contrastes. Parece que a una generación esforzada y resiliente le sigue una acomodada y vulnerable. Las consecuencias de estos cambios y las nuevas dificultades sociales señalan, para buena parte de la población, un campo de necesidad no resuelto por las diferentes modalidades de Contrato Social; la necesidad de apoyo y orientación.
Las soluciones rápidas.
Los libros de autoayuda constituyen un subgénero literario que ha tenido un gran éxito en las últimas décadas porque hay un público necesitado de soluciones rápidas y autónomas. Estos libros “venden” bienestar, equilibrio, paz, estrategias, “herramientas”, positividad, etc. Si bien es cierto que pueden ser útiles para casos sencillos, no está tan claro que lo sean para aquellas personas que arrastran problemas complejos y de larga evolución. Es más, se podría decir que son contraproducentes para aquellas personas que están secuestradas por su ego y enredadas en el “mi mismo” porque fomentan la hiperreflexividad que parece acompañar a muchos trastornos.
Estos libros, al igual que las predicciones horoscópicas se leen con auténtica fruición por las expectativas que tiene el lector. Se podría decir incluso, que tienen un efecto balsámico ya que su propia lectura está salpicada de hallazgos y soluciones con las que uno puede identificarse. Y aun admitiendo que muchos de los problemas que arrastramos los humanos son similares, sucede que el autor no puede dar soluciones puntuales y precisas a la diversidad.
Dicen que los animales viven en nichos biológicos y los humanos en “mundos”. Estos mundos no son tanto las circunstancias físicas y sociales como el conjunto de sueños, ilusiones, pasiones, ambiciones, temores y obsesiones desde donde percibimos y relatamos nuestra existencia. Y ¿cómo describir pautas personalizadas entre este universo de mundos?
Y ¿por qué suponemos que podemos encontrar remedios autoaplicados a problemas psicológicos y sin embargo no podemos encontrar soluciones de igual manera a problemas de ingeniería? Por pura necesidad y porque suponemos que quién mejor que uno mismo conoce su propio mecanismo.
Hay un libro, cuyo título y no su contenido, evoca lo que cada uno necesitaríamos en aquellos momentos de dificultad existencial: “La vida, instrucciones de uso” de Georges Perec. A todos nos gustaría tener un manual de vida y poder resolver problemas vitales consultándolo; buscaríamos en un índice infinito, supongamos por orden alfabético, nuestro peculiar problema y luego aplicaríamos la solución, pero este manual no existe.
Es difícil cortarse el pelo a uno mismo, se corre el riesgo de tener un resultado peor que el esperado. Pero también es difícil y casi imposible acceder servicios psicológicos públicos y de calidad. Y no estoy refiriéndome a problemas catalogados de “salud mental” que para estos ya hay píldoras mágicas, estoy refiriéndome a problemas que pueden tener solución desde el ámbito de la psicología con un enfoque conductual-cognitivo. El problema es que este tipo de intervenciones no están alineadas con el negocio farmacológico, por lo que pasará tiempo hasta que se instaure este servicio público.
La ciencia.
A Leonardo Da Vinci le costó mucho definir las dos fuerzas que intervienen en el vuelo de un pájaro: Sustentación y Empuje. Los intentos de hacer una máquina que volara se vieron frustrados y pasaron 4 siglos para que los hermanos Wright, aplicando estos principios y con más tecnología, lograran sus primeros prototipos de aviones.
¿Por qué pensamos que es más fácil reflotar una persona que reflotar un avión?
La Psicología actual se convirtió en una ciencia a lo largo del Siglo XX y evolucionando más allá del psicoanálisis y la interpretación de los sueños, fue incorporando la estadística y los modelos matemáticos para elaborar los diferentes sistemas de evaluación y psicometría. Se diversificó y expandió dando lugar a diferentes modelos de referencia conceptual; diferentes formas de entender y abordar los problemas psicológicos. Su formación es costosa y aun así es necesaria la especialización en Clínica si luego se pretende lidiar con casos complejos.
Esta ciencia no es la misma a la que nos referimos cuando de manera coloquial decimos “tener mucha psicología”. No, no es lo mismo, ni se puede reducir a los libros de autoayuda de Psicología Positiva. La Psicología actual es una ciencia compleja y extensa y pretende corresponderse con la complejidad de nuestro cerebro y nuestras circunstancias.
El olvido
Se nos olvida que pertenecemos a la familia de los grandes simios, pensamos desde el cerebro de un primate, nuestra selva se ha complicado de manera insospechada y hace falta mucho sentido común para saltar de liana en liana. Si nuestro cerebro no fuera permeable a las inclemencias del ambiente y la dificultad de localizar y agarrarse a las lianas estuviera producida por el propio cerebro nos valdría una pastillita para localizar nuestros aliados naturales y tener fuerza para asirnos a ellos cual liana salvífica.
Pero el cerebro del primate es un órgano respondiente; responde y reacciona ante el ambiente y ésta interacción puede modificar nuestro estado mental y si uno dispone de medios y oportunidades, puede modificar el entorno. Pero ni los medios ni las oportunidades están al alcance de todos, con frecuencia no tenemos cerca a la familia que nos oriente, a la tribu que nos defienda, al amigo que nos aliente, al hogar y a la cama que nos proporcione calma ante la hostilidad de esta jungla global. La ansiedad, la angustia, la depresión, las adicciones son epifenómenos, no se pueden situar exclusivamente en un soporte neuroanatómico olvidándose de la historia y del ambiente.
La salud mental y el metal precioso de la serenidad
Es muy difícil imaginarse a un individuo de la Edad de Bronce angustiado y relatando su problema en un diván igual que lo pudo hacer una dama burguesa en Austria a principios del siglo XX. Ese individuo perteneciente a los Cilúrnigos de Noega, que vivía a orillas del cantábrico, en el Castro de la Campa Torres, estaba empeñado en encontrar o negociar las menas de cobre y estaño para luego fundirlas en las proporciones adecuadas y con muchísimo esfuerzo producir ese metal precioso que era el bronce. Este empeño describía un estilo de vida para él y todo el Castro.
Imaginemos por un momento que tumbado en el diván de láminas de castaño y xinesta relatara sus penas y miedos a un avezado chamán protofreudiano sin referirse a aquellos romanos recién llegados que blandían sus espadas de hierro y transformaban con su tecnología y sus leyes todo cuanto él había conocido. Esta sería una escena demasiado distópica para Plinio El Viejo pero nos sirve para entender que nuestros miedos angustias, ansiedades y frustraciones son las respuestas ante las inclemencias sociales, ante los cambios en nuestro estilo de vida y no podemos catalogarlos sólo como problemas de salud mental.
Desde una óptica macroscópica la vida no es un caminito de rosas para una inmensa población en este planeta, en el siglo XXI. A las clases sociales más desfavorecidas se han sumado aquellas que han visto su mermado su poder adquisitivo por crisis económicas y guerras. Los diversos éxodos producidos por pulsaciones climáticas, conflictos bélicos y el vaciado de los núcleos rurales por la centralización de medios y recursos en las grandes ciudades, generan una bolsa de población en situación crítica. Y en este mismo escenario, el suicidio es una de las causas de muerte, cuyas cifras están por encima de la suma de las muertes por guerras y asesinatos. Es fácil imaginar que hay muchas personas que sufren por diversas razones y es fácil entender que el sufrimiento, si es duradero, es denigrante incluso para el más equilibrado.
Cada momento, cada lugar proporciona una combinación inestable de límites y oportunidades con una fuerza material capaz de alterar la conducta y el estado mental de manera más permanente que una benzodiazepina. La clave no sólo está en pautar un fármaco de manera personalizada en una situación problemática, sino en que la persona descubra alguna probabilidad, de modificar aquello que produce el desequilibrio. En más de una ocasión los problemas del pez proceden de la pecera.