Se entiende que, desde el punto de vista antropológico, al ser humano se le
comprende a partir de lo que dice que hace y de lo que hace realmente.
Además se pueden observar sus creencias y tópicos como productos culturales
con más o menos continuidad en el curso de la historia. Uno de estos
productos culturales o tópicos es la “felicidad”. Es un producto que lo compran
los afligidos y que lo venden aquellos oportunistas vendedores de humo.
En más de una ocasión oímos aquello de: “no pretendo conseguir grandes
cosas, lo que pretendo, es ser feliz” (¡!!)
Esta pretensión encaja perfectamente en esta cultura hedonista y ensimismada
de los países desarrollados, para el resto, que son las dos terceras partes del
planeta, es difícilmente alcanzable ese estado de felicidad, sobre todo si lo
relacionamos con la salud y la justicia.
La felicidad más parece un estado escurridizo y efímero de dimensiones
subjetivas por lo que su búsqueda parece estar abocada a la frustración una y
otra vez. Por eso dicen que la mejor manera de encontrar la felicidad es no
buscarla, no nombrarla y sobre todo abandonar el ego superdimensionado del
que hacemos gala habitualmente y dejar de mirarnos el ombligo.